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La aparición del estrés en deportistas y el modo en que este mejora o empeora sus resultados

Vivimos en una sociedad difícil y exigente, rasgos que se hacen todavía más determinantes en entornos de por sí duros como es el mundo de la competición deportiva

Debido a esto, es natural que en los deportistas de competición se genere una notable cantidad de estrés. No hablamos de una circunstancia nueva, ni mucho menos, si bien es verdad que en el mundo en que vivimos los estándares se sitúan cada vez más arriba en todos los ámbitos, quedando en especial relieve cuando hablamos de medios de por sí competitivos como el que nos ocupa.

Muchas personas, a menudo sin tener muy claro de qué estamos hablando tienen posturas tan vehementes como polarizadas con respecto al estrés: “es bueno y necesario; cuanto más, mejor”, “es perjudicial y nocivo; hay que evitarlo a toda costa”. Como suele ocurrir, ninguno de los extremos acierta del todo. ¿El estrés es beneficioso o dañino? Ambas cosas. La cuestión no es evitarlo o provocarlo, sino gestionarlo.

Prevención y manejo del estrés

Aunque en numerosas ocasiones solo se recurre a un psicólogo deportivo cuando el problema en relación al estrés se ha tornado evidente y comenzado a afectar al rendimiento y/o la salud del/la deportista (lo que por supuesto es una buena decisión, llegado el caso), en realidad es recomendable hacerlo mucho antes. Una persona que no sepa controlar y aprovechar su estrés de manera efectiva (y ante todo sana) siempre tendría que desarrollar sus capacidades en este sentido antes de lanzarse a un desafío tan exigente y apasionante como el que ofrece la competición deportiva.

De hecho, como desarrollan más en este artículo, gran parte de la labor de estos especialistas está vinculada a la prevención, puesto que la mayor parte de herramientas y técnicas de que proveen al/la deportista pueden ser aprovechadas antes de que el estrés se haya convertido en un inconveniente.

El estrés es bueno

Pero detengámonos a preguntarnos, ¿qué es el estrés? Para muchos parecería que se trata de algo que ha surgido de pronto en la sociedad moderna. Nada más lejos de la realidad, aunque es cierto que hoy en día quizás los problemas derivados de que se acumule inciden más en la población, o tal vez existe un mayor grado de interés e inquietud por el asunto.

Sea como fuere, la generación de estrés es uno de los mecanismos de que se sirve nuestro cerebro para responder al entorno que nos rodea. De hecho, dado que se trata de un mecanismo surgido muy atrás en la evolución, podemos considerarlo, en su expresión más básica, una herramienta indispensable de supervivencia. El estrés fuerza a nuestro organismo y nuestra mente a funcionar por encima de los niveles que normalmente alcanzan, cuando nos enfrentamos a un problema o amenaza que nos superarían de operar a esos niveles.

Por lo tanto, cuando las circunstancias nos imponen un grado de exigencia superior al que estamos acostumbrados, aparecerá estrés y se pondrán en marcha los procesos químicos y psicológicos derivados como un medio para que podamos imponernos a la adversidad y dar lo mejor de nosotros mismos. Sobran explicaciones a la hora de relacionar esto con el deporte competitivo y otros entornos similares. Aunque podríamos resumirlo en el clásico “dar el ciento diez por ciento”.

El estrés es malo

El problema surge cuando se genera en exceso, ya sea con demasiada frecuencia o de manera muy intensa en un primer momento. Es ahí donde ese “pequeño empujón”, en lugar de ayudarnos a seguir, nos derriba. Hay que tener en cuenta que nuestro organismo tiene unos límites a la hora de soportar el verse llevado, valga la redundancia, al límite.

Imaginemos, por utilizar un ejemplo relacionado, lo que ocurre cuando entrenamos un músculo. Para que el entrenamiento de frutos, es necesario forzar dicho músculo, incluso un poco más allá de lo que en un principio nos parece posible. Sin embargo, hay buenas razones para que ningún entrenador vaya a permitir que te fuerces sin conocimiento ni medida: el músculo responderá bien si lo cuidas, lo preparas y luego lo sometes a un esfuerzo elevado tras el cual le permitirás recuperarse, pero si no cuidas factores como el descanso y la alimentación y te limitas a forzar y forzar, el músculo, literalmente, se terminará rompiendo o “quemando”.

Eso mismo nos ocurre a las personas, en todos los aspectos de la salud (físico, psicológico y emocional) si nos forzamos demasiado. También hay que tener en cuenta que hablamos de un mecanismo fruto del cerebro primitivo, más adaptado a las dificultades que enfrentaban nuestros ancestros que a las actuales. Por eso es muy importante educar nuestro cerebro, para que aprenda a diferenciar las situaciones que de verdad requieren estrés, de aquellas que no son tan difíciles ni entrañan peligro, y a la hora de generar ese estrés, que lo regule de manera proporcionada al desafío.

En muchos casos, los problemas de estrés y ansiedad surgen debido a que nuestro cerebro no procesa de manera correcta la información que recibe. Esto se puede prevenir aprendiendo a gestionar nuestras emociones y estrés, así como desterrando ideas y percepciones erróneas de la realidad y de nosotros mismos. Dicho de una forma, digamos, típica, estando en paz con nosotros mismos.

 

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