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El legado del Callejón de San Pedro de Toledo

Los primeros Premios de Arquitectura & Urbanismo del COACM incluyeron una categoría, la del Premio COACM Extraordinario, para obras terminadas entre el 1 de enero de 2010 y el 31 diciembre 2019, a fin de reconocer el trabajo de arquitectos en los años en los que no había habido ningún galardón en la región.

Así, en la categoría de Urbanismo, el jurado distinguió la ‘Rehabilitación y recuperación medioambiental del Callejón de San Pedro’ de Toledo, obra de Jesús Corroto. “Es muy importante valorar la arquitectura contemporánea de una región como Castilla-La Mancha, aquejada por el fenómeno de la despoblación, y cercana a Madrid, pero considerada periferia. Desde este punto de vista, parece que lo sucede aquí no tiene trascendencia. Iniciativas como la de los premios reivindican que sí importa”, señala Corroto. El arquitecto afirma que la divulgación de la Arquitectura de la región debe traspasar las fronteras de Castilla-La Mancha, y del Colegio, para que se conozca en otros entornos geográficos y profesionales. “En nuestro caso queremos que, cuando se hable de Toledo, no solo sea de su pasado, sino también del Plan Estratégico que hay en marcha para la recuperación del casco histórico y de la corriente de la Nueva Bauhaus Europea en nuestra ciudad”, sigue.

“Era necesario valorar y reconocer al menos algunas de las obras hechas en los años en los que no había habido premios, para poner en valor el trabajo en ese periodo de los arquitectos castellano-manchegos, como el de Jesús Corroto, que llevó a cabo una rehabilitación ejemplar”, afirma en este sentido Elena Guijarro, decana del COACM.

Para la distinción del premio, el jurado, del que formaron parte, entre otras personalidades, los directores de tres escuelas de Arquitectura -Madrid, Toledo y Alcalá de Henares-, como destaca Corroto, valoró “la intervención eficaz en el callejón San Pedro realizado mediante participación ciudadana con una gran sensibilidad, esponjando el espacio público con la ayuda de los espacios privados”. 

Corroto también tiene palabras de admiración para Rafael Moneo, a quien el Colegio distinguió por toda su trayectoria profesional en los mismos premios. “Estar en esa foto con él, en la recuperación de los premios con él, es un recuerdo imborrable, de los que se quedan para toda la vida. En mi caso, tuve la suerte de trabajar en Toledo con la escultora Cristina Iglesias, como había hecho Moneo anteriormente en las ‘Puertas del Museo del Prado’. Tuvimos un momento para cambiar impresiones sobre cómo es el trabajo con escultores, y fue maravilloso”, señala.

El proyecto

Dentro del barrio de los Canónigos, en la parte sur de la Catedral, asoma un estrecho callejón sin salida denominado ‘Callejón de San Pedro’.

Es un vial estrecho y sin salida acotado por casas-patio que son muy visitadas durante la fiesta del Corpus Christi. La longitud de la calle de unos 86 metros, con un ancho que oscila entre 1.17 y 3.58 metros, las edificaciones se elevan una altura media de 9-10 metros. La superficie de pavimentación del callejón comprende aproximadamente 235.50 metros cuadrados, con una pendiente de 7.32%.

Dada su topografía en pendiente, escasa anchura y trazado con acceso de entrada y salida por el mismo lugar, el Callejón de San Pedro es de uso exclusivamente peatonal. En el año 2010, el callejón estaba aquejado por problemas de humedad derivados de su encajonamiento, penumbra, de un alcantarillado defectuoso y un solado maltratado. Sin embargo, el espacio tenía una belleza innegable, un enorme patrimonio, material e inmaterial, acumulado tras las fachadas, y un vecindario implicado en mejorar su entorno.

Tras un estudio exhaustivo de la configuración del trazado urbano de Toledo, los propietarios de las edificaciones demandaron a la administración un estudio para la recuperación del lugar.

El proyecto partió de la reflexión urbana por parte de este grupo de vecinos, reunidos en el interior de los patios de sus viviendas, con el fin de encontrar la mejor manera de exponer sus necesidades a la administración, como con toda probabilidad hicieron muchas generaciones anteriores en ese mismo lugar.

En el año 2010, el que era entonces gerente del Consorcio de Toledo, Manuel Santolaya, le encarga a Jesús Corroto la ejecución de un proyecto, “no solo de fachadas o zanja única, sino un proyecto integral para propiciar una recuperación sostenible del lugar”, recuerda el arquitecto. Así comenzó a reunirse, al igual que habían hecho los propios vecinos, con la comunidad y en uno de los patios del callejón para materializar un proyecto que aunó financiación pública y privada. “Tomaba nota de cada una de sus peticiones e ideas sobre como renovar el pavimento, sobre cómo abordar la transición entre el espacio público de la calle y el privado de los patios, comparándolo de manera global, con el pulmón, que es el barrio, la calle y los zaguanes -los bronquios- como transición a los alveolos que serían los patios, sobre cómo debían ser las cancelas que iban a abrirse al callejón o sobre la botánica que íbamos a plantar en los balcones para que el proyecto fuese transpirable y el adecentamiento de las fachadas igualmente transpirable y coherente”, sigue. Corroto lo compartió todo con ellos, hasta detalles como el plan de color del callejón. “Fue un proyecto comunitario, de esos que ahora están de moda”, afirma. De hecho, fue el punto de partida para desarrollar un sistema de trabajo en el entorno del Barrio de los Canónigos, aplicable al resto del Casco Histórico de Toledo. “Sinceramente, creo que entonces fue un proyecto pionero, de los que marcan el camino a seguir”, añade. No en vano, se hizo acreedor al Premio de Construcción Sostenible de Castilla y León, en 2015. 

Una vez contrastado el proyecto vecinal con la administración, y después del análisis conjunto de ésta, arquitectos y propietarios, se ejecutó una intervención ajustada democráticamente a las necesidades reales del vecindario.

Los estudios previos y la participación ciudadana lograda fueron esenciales para acometer la recuperación del lugar y convertirlo en un pulmón verde entre piedras, aunando el respeto al medioambiente con la eficiencia energética. 

Los vecinos solicitaban la restauración completa de la envolvente, tanto de fachadas como de cubiertas. Otra de las inquietudes mostradas por la comunidad fue la de la falta de iluminación nocturna, debido a que las farolas existentes no cubrían toda la superficie urbana con los luxes suficientes. Por ello, una de sus demandas fue la de poder acceder con visibilidad suficiente a los portones de sus viviendas, algo que les resultaba complicado, debido al juego de sombras que se producía.

Teniendo en cuenta todas estas necesidades mostradas por los vecinos del lugar, la obra se centró en la eliminación de cables y antenas en las cubiertas, la pavimentación traspirable dejando juntas de tierra entre los adoquines, y en la restauración de las envolventes exteriores -igualmente transpirables- de los edificios con morteros de cal y pigmentos naturales. Un estudio botánico definió las especies vegetales más apropiadas, que fueron plantadas en jardineras artesanales de cobre, situadas en los balcones y puntos estratégicos del callejón, regadas por nebulizadores para lograr un enriquecimiento estético y una regulación térmica del espacio.

Para conseguir que el callejón se comportase como un pulmón ventilado a través de sus alvéolos, fue vital el diálogo con los vecinos para que permitieran que sus patios interiores, llenos de vegetación y humedad, se abriesen a la calle. Se diseñaron cancelas de forja inspiradas en las lacerías mudéjares que se instalaron en los zaguanes y rompieron la división patio-calle. 

Un proyecto no exento de dificultades técnicas

Los vecinos colaboraron de forma exquisita en el diseño del proyecto y en su ejecución posterior. “Tenían que estar todos de acuerdo y, además, lidiar con la dificultad añadida que supone ser un lugar con una sola entrada, que es a su vez, la salida del callejón. Hubo que instalar una especie de calle elevada para permitir la convivencia de las obras y la vida en las casas. Fue complejo, pero enriquecedor”, explica Corroto.

Cuando se practicó la zanja única, se descubrió que las canalizaciones de agua de todos los vecinos, pluviales y fecales, pasaban por una servidumbre de paso, al fondo del callejón, y concretamente por un albañal medieval, que estaba colmatado y que tenía un tapón tremendo, llegando a afectar a los muros colindantes. “Era insalubre y peligroso”, explica Corroto. La única solución posible pasaba por mantener aquella servidumbre de paso en el albañal medieval, de cerámica, eliminando el atasco, reparando las roturas y fisuras del albañal, y enfundando dentro una tubería de PVC, flexible, con una mínima intervención, sin remover ni excavar nada, que es continua hasta el siguiente pozo de registro. La paciencia de los vecinos y la comunicación diaria con ellos, fueron claves para el resultado final de la obra. Después de un año de ejecución, las obras terminaron en 2011.

El espíritu del callejón y el legado del señor Vicente

Cuando a Jesús Corroto se le pregunta por el espíritu de ese callejón, recuerda inmediatamente al que fue el presidente de la comunidad de vecinos durante las obras: el señor Vicente. “Él decía que el callejón tiene vida. Y así es. Ahora, tras la rehabilitación, creo que es un ejemplo de mantenimiento real de esa vida en el casco histórico y del apego de familias que viven allí, de los juegos de los niños en los patios… Nuestro objetivo era que fuera el callejón más bonito de la ciudad. Y creo que lo hemos conseguido”, sigue el arquitecto. Corroto ha convertido en realidad el proyecto de acuerdo con su concepto de la Arquitectura, poniéndola al servicio de los ciudadanos, y sin la pretensión de dejar huella. “Ese es, para mí, el éxito de la sostenibilidad en Arquitectura. Cuanto menos se demuele, más sostenible es el resultado”, opina.

El año pasado, Jesús recibió una llamada del señor Vicente. “Nos convocó, al resto de los vecinos y a mí, a una reunión en el patio, el mismo donde todo se había gestado años antes. Me dio unas fotos y un pergamino. Me dijo que yo formaba parte del callejón y que quería que lo siguiera cuidando, mientras pudiera. Me dijo que confiaba en mí, y en mi buen hacer”, recuerda Corroto. Quince días después, falleció. “Nos transmitió su legado, el mismo que él había recibido de sus ancestros. Me dio una lección profesional, sobre la mínima intervención y el respeto al pasado, y personal que no puedo olvidar. Al final, la arquitectura son las personas. Así que, sí, señor Vicente. Eso voy a hacer. Mantener el legado”. Corroto se emociona mientras lo dice.

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